A Rocinante
que cerca de cumplirla toda entera,
trotara con un loco y su quimera,
en andanzas, por el llano o el serrallo.
Ni lo hubo que tuviera tanto hueso,
que su sombra de perfil daba risa,
ni trotaba, ni podía ir deprisa,
por fortuna, llevaba poco peso,
Quijote le llamaba Rocinante,
por la manchega estepa cabalgando,
al trotar, pareciese que iba andando.
A su grupa, el caballero andante.
Ver a su amo, presumiendo de rocín,
mas que falso era mero disparate,
si entraba de repente en un combate,
el jamelgo intuía que era su fin.
Le retaba a cualquiera con un duelo,
y en lucha contra molinos de viento,
nuestro corcel, quedose sin aliento,
y terminó rodando por el suelo.
Con el Caballero de los Espejos,
primero vencedor, después vencido,
no quedose Quijote convencido,
que todo lo visto fueran reflejos.
Olvida los delirios de Quijote,
que te llevan por senda equivocada,
busca tu Dulcinea por Granada,
y deja que tu alma se alborote.
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